Es posible que esta carta te extrañe. Te escribía anualmente durante los años felices de mi niñez y después durante los años de infancia de los seis bellos hijos, que tu bondad tuvo la gracia de conceder, a la familia que conformé con el gran amor de mi vida. En esas cartas te pedíamos los añorados juguetes con los que celebrábamos y recordábamos tu venida al mundo en Belén, como lo había predicho el Profeta: naciendo del seno de la Virgen María, como primogénito, y en un pesebre, porque para ti no hubo sitio en la posada del lugar.
Cada 24 de diciembre, entre pesebres de diversos tipos y origen que fuimos coleccionando, colocados en cada rincón de nuestra casa, inculcábamos a nuestros hijos y familiares, que ese Emmanuel que estaba naciendo, significaba que Dios estaba con nosotros, rodeado de los más humildes y que en nuestras vidas, siempre debíamos dar gracias a Dios en el cielo y propiciar la paz en la tierra entre los hombres de buena voluntad. Y así, después de cenar, intercambiar obsequios y cantar aguinaldos y gaitas, en la cama de cada hijo, comenzaba la espera de los regalos con los que tú premiarías su comportamiento.
Al día siguiente 25 de diciembre, desde el amanecer querido Niño Jesús, el ruido de los juguetes y los gritos colectivos, eran para nosotros una verdadera melodía celestial, que solo se interrumpía para ir a la misa, donde todos cantaríamos : “Niño lindo ante ti me rindo”, “Niño lindo eres tu mi Dios”, para continuar el festín luego en el hogar, lleno de familiares y amigos, que celebrábamos tu venida al mundo, como lo hicieron los ángeles y los pastores, junto a la mula y el buey, aquella inolvidable noche de Navidad en tiempos del emperador Augusto.
Pero hoy querido Niño Jesús, que eres mi Dios y ante quien me rindo, no te escribo como en mis días felices, para pedirte pelotas, guantes deportivos, bicicletas, o casas de muñecas para mí o para los hijos. Hoy te escribo, sobreviviendo en los días menos felices de mi vida, a nombre de todos, para pedirte una gracia muy especial: que concedas a nuestro niñito más pequeño -a ese Betico lindo, que todos los años te esperaba con gran alegría, y al que decidiste llevarte junto a ti este año, quizás para reforzar tu equipo de fútbol, cuando menos lo esperábamos- la paz y la felicidad eterna que nos viniste a traer la noche de Navidad.
Te pedimos Niño lindo de Belén, que le perdones sus faltas humanas y le permitas cuanto antes, estar en tu presencia, en la del Dios Padre y en la del Espíritu Santo por siempre, intercediendo por todos los que ansiamos estar pronto a su lado, para celebrar en tu presencia, una nueva Navidad, llenos de paz, de felicidad y de amor, como gracias a tu generosidad, la tuvimos en nuestra familia durante tantos años. Esta Gracia especial esperamos de ti nuestro querido Emmanuel, en esta hora de recuerdos y añoranzas, que nos hará más felices, que los bellos juguetes con los que nos premiaste toda la vida. Recibe el incienso de nuestro amor, pues eres el Hijo de Dios que vino a salvarnos y al que adoramos hoy como lo hicieron en su momento, los pastores y los Reyes Magos. Amén.